Una comida de 1000 calorías por la mañana no engorda lo mismo que si esa misma cantidad se ingiere por la tarde o por la noche. Hallazgos derivados de la cronobiología de la nutrición indican que, si queremos mantener un peso saludable y un buen estado nutricional, la cena no debe ser abundante ni rica en hidratos de carbono simples (azúcares y dulces). La comida tiene diferente impacto en distintos momentos del día. Como todos sabemos, algunos fármacos se recomienda tomarlos a primera hora del día, otros antes de las comidas, mientras que otros deben tomarse junto con algún alimento o antes de irse a dormir. Esto es debido a que el organismo se regula de diferente manera a lo largo del día, mientras estamos despiertos y mientras dormimos, tras varias horas de ayuno o tras haber consumido algún alimento o bebida. Los ciclos de luz y oscuridad, el ritmo de las secreciones hormonales que rigen la actividad metabólica y otras funciones del organismo varían a lo largo del día y responden a estímulos que fluctúan: los llamados ritmos circadianos. La cronobiología, es decir, el estudio de los ritmos biológicos, está empezando a evaluar el efecto fisiológico de los alimentos según la hora del día en que se ingieren. La motilidad y la capacidad secretora del tubo digestivo varían a lo largo del día, al igual que la capacidad metabólica. Por ejemplo, por la noche el vaciamiento gástrico es más lento, el tránsito intestinal pierde dinamismo, aumenta la intolerancia a la glucosa y se elevan los niveles de triglicéridos, tal y como ha demostrado el equipo de Cronobiología de la Universidad de Murcia. La hora en que se consumen los alimentos tiene efectos sincronizadores e influye sobre los procesos de digestión y absorción. En el día a día, la frecuencia de las comidas y los intervalos entre ellas están fijados por los ciclos de luz-oscuridad, de manera que se han establecido tres momentos principales, esto es, las tres comidas principales (desayuno, comida y cena), con la posibilidad de la toma de dos tentempiés entre ellas (almuerzo y merienda). Nuestro organismo anticipa esas horas en las que habitualmente comemos y se organiza a través de una especie de marcapasos condicionado por el alimento y su ciclo horario. Un estudio llevado a cabo por F. Halberg, de la Universidad de Minnesota sobre el efecto diferencial de la comida a lo largo del día, llega a la conclusión de que las personas que realizan una sola comida al día de 2000 calorías Por la mañana pierden peso, mientras que si esa misma ingesta se lleva a cabo después de las cinco de la tarde se quedan igual o ganan peso. Otros trabajos han probado que entre quienes no desayunan habitualmente es más frecuente la ganancia de peso, y que cuanto menor sea el desayuno, mayor probabilidad de tener sobrepeso. Cuando se realizan comidas abundantes durante la noche aumentan los niveles de colesterol LDL (colesterol malo), y descienden los del colesterol HDL (colesterol bueno), se induce resistencia a la insulina y se produce un periodo de hiperglucemia nocturna, de modo que se favorece la obesidad y la diabetes, entre otras alteraciones. Este patrón de alimentación produce también alteraciones en el ritmo del sueño y un patrón de menor actividad por la mañana y menor ingesta de alimentos, suponiendo un problema para las personas que trabajan por la noche o a turnos. En condiciones normales, las secreciones gástricas y pancreáticas son máximas por la noche lo que, unido al enlentecimiento en el vaciado gástrico e intestinal, favorece una elevada absorción de glucosa. Por la mañana hay un predominio de las rutas metabólicas que favorecen la formación de lípidos – la lipogénesis-, mientras que por la noche predominan las rutas que favorecen el metabolismo de los lípidos –la lipólisis- y como consecuencia disminuye la sensación de hambre. Es menor la actividad del encima lipoproteinlipasa (LPL), situación que favorece la elevación de los triglicéridos circulantes. Con toda esta información aportada por la cronobiología de la nutrición, lo más recomendable para mantener el peso deseable y un buen estado nutricional es que la cena no sea una comida abundante ni rica en hidratos de carbono simples (azúcares y dulces), sino más bien ligera y moderada. Por el contrario, el desayuno debería proporcionar energía rápida, catalizadores y proteínas suficientes para inducir un adecuado estado de alerta y atención a lo largo de la mañana.
Fuente: Javier Aranceta. El País Salud.