Lo que más influye en la obesidad de una persona es su entorno y no su genética.
Clásicamente se decía que la carga genética en el ámbito de la obesidad era una aspecto clave. Los padres obesos tenían hijos obesos. Parecía una verdad indiscutible y lo cierto es que en la consulta es bastante frecuente verlo.
Sin embargo, os quiero contar dos estudios que desmienten esta hipótesis o cuando menos reducen la importancia de la carga genética en la obesidad.
Los gemelos chinos
El primero de ellos es un estudio clásico citado en la fuente 1 (ver abajo). A finales del XIX y principios del siglo XX en China el primer hijo heredaba toda la tierra de cultivo de la familia. El segundo hijo era prácticamente un esclavo del primero. En una provincia del suroeste de China (una zona extremadamente pobre) hay una tasa de embarazos gemelares de casi el 8%. De esa provincia, viajaron en los años 1890-1920 más de 10.000 segundos “gemelos” (los que no tenían nada) a Estados Unidos para construir líneas de ferrocarril. 40 años después, ya jubilados, un endocrinólogo americano descubrió primero que estos chinos tenían pesos (índices de masa corporal, IMC) y tasas de diabetes tipo 2 iguales que sus vecinos americanos. Entonces le hablaron de sus gemelos chinos. Así es que el endocrinólogo marchó a China a entrevistarlos. Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que sus gemelos chinos (os recuerdo que los gemelos son clones) tenían los IMC y tasas de diabetes tipo 2 como las del resto de la población china, menos de la tercera parte que los gemelos que vivían en los EEUU.
¿Quedamos a tomar algo?
El segundo estudio es mucho más moderno y más “molón”, pero extremadamente revelador.
Está publicado en New England Journal of Medicine. La conclusión es muy potente: tu índice de masa corporal se correlaciona más con los IMC de tus contactos directos de Facebook que con los IMC de tus familiares en primer grado (padres, hermanos, hijos).
La idea es que hay grupos que quedan “a comer” y grupos que quedan “a correr”.
Cuando una persona sube de peso, aumenta de manera considerable la posibilidad de que sus amigos, hermanos y cónyuges también engorden, según este estudio que asegura que cuanto más estrecho sea el contacto social entre dos personas, mayores son las posibilidades de que «contraigan» la tendencia a engordar.
Después de analizar y estudiar 12.000 casos de adultos entre 1971 y 2003, los científicos Nicholas A. Christakis y James H. Fowler han extraído datos reveladores: el riesgo de sufrir obesidad aumenta en un 57% si un amigo es obeso, en un 40% si lo es un hermano y un 37%, en el caso de la pareja sentimental. Los efectos se agudizan entre personas del mismo sexo. Christakis es profesor del Departamento de Salud Pública de la Escuela de Medicina de Harvard.
Los científicos señalan que uno de los mayores efectos de la obesidad entre personas del mismo género es que ésta parece influir no sólo en el comportamiento sino, de manera un poco más sutil, también en el acatamiento de las normas. «Una persona obesa probablemente altere las normas respecto a lo que es adecuado en cuanto a la masa corporal. Alguna gente piensa que está bien ser gordo si todos los que le rodean son gordos. “Ese tipo de sensibilidad se propaga», aseguró Christakis.
Los amigos, por ejemplo, pueden determinar el riesgo de involucrarse en conductas como consumo de tabaco o alcohol.
Y también tienen una enorme influencia en los alimentos que solemos elegir o consumir.
Según los investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Loyola en Chicago, la influencia de nuestros amigos también se extiende a la actividad de un individuo y su participación en deportes.
Pero hasta ahora no se sabía cuál es la influencia que pueden ejercer los amigos en el peso corporal de los otros dentro de un mismo círculo social.
«Contagiosa»
El estudio, dirigido por el doctor David Shoham, involucró a casi 1.800 adolescentes de dos escuelas secundarias en Chicago.
Una de las escuelas estaba ubicada en un área rural y los estudiantes eran en su mayoría blancos.
La otra escuela era urbana y con una población «sustancial» de diversidad racial y étnica.
Los investigadores analizaron los registros de los estudiantes en la base de datos del Estudio Nacional Longitudinal de Salud Adolescente, que ha seguido los hábitos nutricionales y de salud de esta población en Estados Unidos.
Estos datos incluían altura, peso corporal, amistades, actividades deportivas y tiempo mirando alguna pantalla (móviles, tabletas, portátil o TV).
Una persona con sobrepeso es aquélla con un IMC de 25 o más y obesa aquélla con un IMC de 30 o más.
Al año siguiente se volvió a llevar a cabo el registro de estas mediciones.
Los resultados confirmaron la «agrupación de la obesidad», es decir la forma cómo los adolescentes suelen seleccionar a sus amigos de acuerdo a su IMC.
Los resultados mostraron, por ejemplo, que un estudiante con un IMC en el límite entre delgadez y sobrepeso (24 o 25) que tenía amigos delgados (IMC de 20) tenía 40% de probabilidad de reducir su IMC y 27% de incrementarlo.
Pero si un estudiante con sobrepeso (25 o más) tenía amigos obesos (30 o más), tenía un 15% de probabilidad de reducir su IMC, pero 56% de aumentarlo.
Lo que nos dice Facebook
Lo que publicamos en Facebook puede ser una mirada «exagerada» a nuestras vidas sociales, pero según un nuevo estudio, el sitio web de las redes sociales podría proporcionar un reflejo bastante preciso de las tasas de obesidad en todo el país. Un nuevo estudio de los investigadores del Boston Children’s Hospital muestra que cuantas más personas en un área o región determinada «les guste» o compartan información sobre actividades saludables en Facebook, menor es la probabilidad de que esa área tenga una alta tasa de obesidad. Del mismo modo, cuantas más personas en un área o región determinada que «les gusta» o comparten información sobre TV en Facebook, mayor es la probabilidad de que esa área tenga una mayor tasa de obesidad.
Fuente 1: Murea M, Ma L, Freedman BI. Genetic and environmental factors associated with type 2 diabetes and diabetic vascular complications. Rev Diabet Stud. 2012 Spring; 9(1): 6–22. doi: 10.1900/RDS.2012.9.6