En los últimos años están aumentando en las consultas los casos de ortorexia, un trastorno alimentario «incipiente» causado por «la obsesión por la comida sana».
 
El término fue acuñado por el médico norteamericano Steven Bratman, y viene de las palabras griegas ‘orthos’, que significa correcto, y ‘orexis’, apetito, y quienes lo sufren son pacientes con una vulnerabilidad psíquica previa que hace que “se tomen demasiado en serio” la máxima de una alimentación saludable. Según reconoce el psicólogo y jefe de Gestión del Conocimiento e Investigación del Instituto de Trastornos Alimentarios (ITA) de Barcelona, Antoni Grau, en declaraciones a Europa Press, estos pacientes “acaban siendo incapaces de acudir a un restaurante, a una comida de trabajo o de amigos, ya que no controlan el contenido nutricional de los alimentos”.
 
“Lo hacen de forma muy obsesiva, y sólo comen alimentos cuyo origen esté clarísimo. La fruta y verdura debe proceder de agricultura ecológica y, con la carne, son capaces de seguir al ganado desde que nace hasta que llega al supermercado”, explica este experto, quien recuerda que “en muchos productos ecológicos se especifica el origen del animal, donde ha sido criado, con qué métodos e incluso hasta cuanto ha tardado en engordar. Sólo si controlan todo ello, son capaces de comerlo”. El problema de esto es que esta obsesión puede tener consecuencias físicas, ya que “a veces prefieren no comer, antes que comer algo que no consideran adecuado”, lo que genera problemas de infrapeso o desequilibrios en el balance nutricional.
 
Este experto defiende la importancia de cuidar la alimentación siempre que no se acabe obsesionado con ello. “Tomar productos ecológicos está muy bien, son un poco caros pero está muy bien. El problema viene cuando quienes los consumen presentan problemas de autoestima, ya que tienen más riesgo de acabar obsesionados con este tipo de alimentación tan restrictiva”.
 
Por ello, la solución pasa por fomentar la comida ecológica pero sin darle “exclusividad”, en el sentido de que “vale la pena por ir a un restaurante con un grupo de amigos aunque el contenido nutricional de los alimentos no esté tan controlado”, así como iniciar estrategias de mejora del autoestima y las relaciones sociales, para ayudar que la persona no acabe obsesionada con ello. “Hay que hacer un poco de pedagogía y recalcar que el hecho de que no sepamos de donde procede el ganado o la lechuga no significa que estos alimentos sean nocivos para la salud”, insiste.
 
Fuente: ABC