Que el sobrepeso y la obesidad se transmiten genéticamente es un hecho observable y demostrado científicamente y lo mismo ocurre con la contribución de los factores ambientales. La investigación nos va poco a poco desvelando el mapa genético de la obesidad. También vamos conociendo la multitud de factores, tanto obvios (dieta, actividad física), como sutiles (sueño, educación) que nos predisponen a añadir esos kilos de más. Sin embargo, uno de estos factores recientemente descubiertos, la microbiota, resulta difícil de clasificar: ¿Es genético o es ambiental? Pero no nos empecinemos en clasificaciones y utilicemos nuestro tiempo en entender lo que supone este descubrimiento para ampliar nuestro arsenal anti-obesidad. Justo antes de nacer somos totalmente asépticos; sin embargo, simultáneamente con nuestro primer encuentro con la luz, tenemos también otro encuentro vital con un mundo microbiano, la microbiota a la que nos referíamos anteriormente, aportado principalmente durante el parto por nuestra madre. Esta microbiota nos va a acompañar durante toda nuestra existencia y va a ser esencial para la misma. Éste ha sido un mundo arcano y misterioso para los investigadores ya que, por sus características anaeróbicas (sólo funciona y subsiste en la ausencia de aire), no podía ser estudiado fácilmente en el laboratorio. Sin embargo, gracias a las modernas técnicas de secuenciación genómica, por fin podemos tener un censo de los cientos de ‘tribus’ que lo componen y de su variabilidad en la población humana.
Colonos del intestino
Al principio, esta microbiota que sienta base y coloniza mayoritariamente nuestro intestino -pero también nuestra boca y nuestra piel- demuestra una gran inestabilidad. Sus diferentes ‘tribus’ pugnan por la hegemonía del territorio y al final, de forma semejante a lo que ocurre en la macrosociedad humana, dos ‘tribus’ (los ‘Bacteroidetes’ y los ‘Firmicutes’) acaban repartiéndose el 90% del territorio intestinal. Haciendo de nuevo un paralelismo con la sociedad humana, durante nuestra vida ocurren ‘invasiones’ con resultados que son, en el mejor de los casos, temporalmente muy desagradables y en el peor de los casos pueden llegar a ser fatales (piensen, por ejemplo, en la Salmonela). Esto nos sirve como demostración de la importancia de ese mundo dentro de nuestro mundo. Otra indicación de su relevancia fisiológica viene dada por unas cifras que suelen sorprender la primera vez que se conocen: el número de estos organismos en nuestro intestino es 10 veces mayor que el número total de células humanas, y todos sus genes son cien veces más que los de nuestro propio genoma. Todo esto ha llevado a incorporar el término ‘metagenoma’ para definir la combinación de los genomas bacterianos y del genoma humano que los alberga.
Sinergias con el humano
Pero, ¿por qué estos organismos están presentes y qué es lo que hacen por nosotros? Y, específicamente en este caso, ¿qué tiene que ver todo esto con la obesidad? La respuesta a las primeras preguntas es compleja, pero la tecnología actual nos está permitiendo responderla. Obviamente, ya que estamos hablando de bacterias, su presencia juega un papel muy importante en el desarrollo de la inmunidad innata. También protegen, en la medida de lo que pueden, de las invasiones de ‘tribus’ patógenas externas y mantienen a raya a aquellas internas que no colaboran en el bien común (incluyendo por supuesto el nuestro). Pero, además, esta multitud de genomas bacterianos contiene genes que complementan los de nuestro propio genoma, permitiéndonos así interaccionar con el ambiente exterior de una manera mucho más eficiente. Para simplificar, y concentrándonos en el aspecto nutricional, estos organismos ayudan a la digestión de alimentos y transformación de nutrientes que el organismo humano no puede llevar a cabo por sí mismo, como es el caso de los hidratos de carbono complejos que se encuentran en cereales, frutas y vegetales, permitiéndonos así el extraer y asimilar nutrientes y calorías que de otra manera serían inaccesibles para nosotros. Esto último nos lleva de manera lógica a la conexión entre la ‘microbiota’ y la obesidad.
Un hallazgo reciente
La relación entre la flora bacteriana intestinal y la obesidad no aparece de manera específica en la literatura científica hasta el año 2004 de la mano de Jeffrey Gordon y su grupo en San Luis (EEUU). Sus hallazgos, ahora confirmados por otros, sugieren que la distribución relativa de nuestras ‘tribus’ bacterianas intestinales pueden ser marcadores de obesidad. Lo que hemos aprendido es que los sujetos obesos tienen una representación mayor de ‘Firmicutes’ en comparación con la de ‘Bacteroidetes’. Este hallazgo estimula otras preguntas relevantes: ¿Está nuestra obesidad adulta predefinida desde el nacimiento si comenzamos con menos ‘Bacteroidetes’ y más ‘Firmicutes’ en nuestro intestino? ¿Sería posible utilizar la relación entre estas especies de bacterias como un marcador de riesgo de obesidad? Y, finalmente, ¿podríamos manipular externamente estas comunidades bacterianas de manera segura y controlada, por ejemplo con probióticos y prebióticos, para regular nuestro peso? Curiosamente, en relación con este último punto, es algo que hemos estado practicando de una manera no intencionada, y con resultados desconocidos, con el uso y abuso de antibióticos. Ahora sabemos que estos provocan cambios muy significativos en la distribución de nuestras tribus bacterianas, llegando en algunos casos a dar el poder a minorías poco amistosas. Si todo esto se va confirmando, las posibilidades de influir sobre la obesidad a largo plazo son enormes. Con respecto al medio plazo, quizá pronto oigamos conversaciones como esta: «¡Claro, con unos ‘Bacteriodites’ como los tuyos cualquiera puede mantener la línea. Ya me gustaría verte a ti con mis ‘Firmicutes’!».
Enlace: http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/04/26/nutricion/1303816747.html